Sunday, December 11, 2005

Raymond Aron, visionario tranquilo, profeta desarmado

Veintidós años después de su muerte, la obra de Raymond Aron (1905-1983) continúa creciendo, y la publicación, en un solo volumen, de todos sus artículos periodísticos publicados entre 1977 y 1983, De Giscard a Mitterrand (Editions de Fallois), lo confirman como un visionario tranquilo, el profeta desarmado de una Europa indefensa, tentada por los desencantos de la decadencia.

Se trata de una victoria póstuma sobre su legendario condiscípulo, compañero de colegio y universidad, amigo y enemigo acérrimo, Jean-Paul Sartre (1905-1980), cuyos escritos periodísticos de circunstancias son hoy de imposible lectura: tan plagados están de errores catastróficos sobre la política, la historia, la guerra y la acción inmediata de los hombres de su tiempo.

Durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, toda la vida político-filosófica de Francia pudo resumirse con una frase célebre: “Es mejor equivocarse con Sartre que llevar razón con Aron”. Que podía “traducirse” de este modo: “Sartre se equivoca mucho; pero defiende causas justas. Mientras que Aron quizá acierte, pero defiende causas injustas”.

Con el tiempo, incluso esa paradoja aparente se ha confirmado falsa. Sartre no solo se equivocó en cosas esenciales (como la naturaleza del totalitarismo), si no que defendió causas criminales e injustas, de Mao a los terroristas de la Fracción Ejército Rojo. Mientras que, en verdad, Aron jamás defendió causas injustas y se jugó mucho por tomar posiciones valientes sobre temas que pudieron costarle muy caro, como la guerra de liberación argelina.

Esa historia ya está escrita. Y la obra universitaria de Aron, como filósofo de la historia, analista de las relaciones internacionales y ensayista político, ocupa un puesto eminente en la historia de las ideas de nuestras culturas. Sus doscientos últimos artículos periodísticos, publicados en su inmensa mayoría en el semanario L’Express, tras haber sido el analista de referencia de Le Figaro durante varias décadas, hasta separarse del matutino conservador por razones de libertad de conciencia, ilustran de manera ejemplar otra faceta esencial de su legado: el periodista especializado en el análisis de las relaciones internacionales, con un bagaje filosófico que le permitía tener un visión muy honda de la realidad inmediata, puesta al servicio en una perspectiva histórica.

La relectura del volumen de los artículos completos de sus últimos veinticinco o veintiséis años de trabajo sorprende por su actualidad visionaria. Aron analizaba, cada semana, uno de los temas dominantes de la actualidad diplomática internacional. Dos décadas más tarde, esos análisis realizados al filo de la actualidad sorprenden en su inmensa mayoría por su carácter premonitorio, en cuatro grandes capítulos: el futuro de Francia, la evolución de la nueva sociedad internacional, el incierto futuro de Europa y la inconclusa batalla de las ideas políticas proyectadas en la actualidad. Sin olvidar el nuevo puesto de España en Europa, acosada por el Terror.

En la escena francesa, a Raymond Aron le tocó analizar el fin de las reformas iniciadas por los presidentes Pompidou y Giscard d’Estaing y la puesta en marcha del proyecto de “ruptura con el capitalismo” que fue el programa político que dio el poder a François Mitterrand, en 1981. Las negras profecías aronianas se han cumplido de trágica manera: la burocratización de Francia ha precipitado su aislamiento internacional y una suerte de inconfesable decadencia.

Todas las reservas avanzadas con prudencia felina, pero con una claridad feroz, confirmaron tiempo ha las sospechas de Aron: y Francia es hoy víctima de los veintitantos años de demagogia de izquierdas (Mitterrand) y derechas (Chirac) que él fue uno de los primeros en combatir, cuando una gran mayoría de sus colegas universitarios se dejaron llevaron por las sirenas de ilusiones pronto perdidas.

En la escena mundial, Aron murió el año de la ya lejana batalla de los euromisiles, cuando la difunta URSS había instalado un parque de artillería nuclear directamente dirigido contra Europa, los famosísimos SS-20 soviéticos. No era fácil imaginar, entonces, el fáustico derrumbamiento del imperio comunista y la emergencia definitiva de la república imperial norteamericana, única superpotencia de nuestro tiempo. Sin embargo, la finura de análisis de Aron si avanzó, desde aquellos años, dos rasgos esenciales de la nueva realidad planetaria: la emergencia de un mundo multipolar y los inquietantes titubeos de una Europa incapaz de defenderse por sí sola, dependiente, hoy como ayer, del brazo armado del fogoso aliado trasatlántico. Véase las guerras en los Balcanes, a las puertas del Viejo continente.

Alegato en defensa de una Europa decadente (1977) fue uno de los últimos libros de Aron, íntegramente consagrado al problema de Europa, esencial, como olvidarlo, para el destino de nuestra civilización.

En sus artículos de L’Express, ahora reunidos, al fin, en un solo volumen, Aron pone el dedo en todas las llagas y esperanzas donde hoy se funda nuestro bienestar, amenazado, desde algunos puntos de vista.

Aron diseccionó con mano maestra varias de las piezas del puzzle donde hoy continúa asentado e hipotecado el proyecto político europeo: nacimiento del antiguo Sistema Monetario Europeo (SME), que funda y precede la Europa del euro; la bizantinas relaciones de Francia y Alemania, todavía florecientes en vida de Aron; la erosión de la credibilidad continental, víctima de la divergencia de puntos de vista nacionales, ante problemas sencillamente capitales, como son la seguridad y defensa de Europa, la armonización de las políticas económicas, o las discrepancias soterradas entre París y Berlín, que, en tiempo de Aron, todavía no podía ser la capital de una Alemania reunificada.

Atlantista convencido, autor de una obra de referencia sobre la diplomacia imperial norteamericana, Aron también era, al mismo tiempo, un observador desencantado de la acción militar y diplomática. Admiraba al Kissinger analista de la historia diplomática de Europa. Pero desconfiaba del Kissinger secretario de Estado del presidente Nixon. Era un defensor realista de los derechos del hombre, en Argelia. Pero desconfiaba de la moralina diplomática, en ese terreno. No es nada evidente que Aron hubiese apoyado sin reservas la intervención norteamericana en Irak. Sus mejores discípulos (Nicolas Baverez, Jean-Claude Casanova) se manifestaron muy reservados en ese terreno. Aron consideraba indispensable la Alianza trasatlántica, pero consideraba igualmente indispensable que Europa tuviese su propio margen de libertad y autonomía para defender sus intereses propios, locales y regionales, en las fronteras de Europa, o en otras partes del mundo. En esas estamos.

En el terreno de la siempre áspera batalla de las ideas, Aron defiende principios finalmente indiscutibles: denuncia de Hitler, en Berlín, en 1933, cuando su joven camarada Sartre guardaba silencio; resistencia contra el invasor nazi, desde Londres, cuando Sartre publicaba sus grandes obras filosóficas (El ser y la nada) en el París controlado por los SS. Escepticismo hacia las jornadas de Mayo de 1968. Denuncias muy tempranas de las extremas derechas emergentes. Defensa de personajes como Arthur Koestler y Jean Monnet, patriarcas fundadores de una ética anti totalitaria y un modelo de construcción política de Europa.

¿Y España, en la obra del Raymond Aron, analista de la actualidad internacional?. Hay pocas referencia a España, pero son sustanciales y significativas. Desde el verano de 1980, Aron fue uno de los primeros comentaristas franceses en denunciar la pasividad del gobierno de Valery Giscard d’Estaing ante la violencia terrorista de ETA. Por aquellos lejanos años, las relaciones entre España y Francia estaban amenazadas por la pasividad y falta de comprensión policial francesa ante la amenaza criminal etarra. Raymond Aron y Jean-François Revel fueron los dos primeros y casi únicos defensores de la causa española, entre la intelligentsia gala, que contemplaba las matanzas de ETA con cierta distancia indiferente. Desde muy temprano, Aron estableció una relación directa entre los atentados etarras y un fenómeno criminal de nuevo cuño: el terrorismo internacional. En esas estamos. Los asesinos tienen hoy ambiciones planetarias. No siempre nacieron de la misma semilla podrida: pero siempre es idéntico su odio contra la libertad y la sociedad abierta.

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